Las emociones determinan nuestra relación con el mundo. Nuestra salud mental y bienestar personal se influyen mutuamente, dependiendo en gran medida de cómo nos relacionamos con el mundo, así de las emociones que se generan interactuando con él.

Al nacer no tenemos desarrollados el pensamiento, ni el lenguaje, ni siquiera podemos planificar lo que hacemos, sin embargo, nuestras emociones nos permiten comunicarnos e identificar aquello que es bueno y malo para nosotros, reaccionando con comportamientos básicos que cubren parcialmente nuestras necesidades emocionales.

“Educar en emociones a nuestros hijos es enseñarles a ser felices”

La inteligencia emocional es la habilidad que tenemos para tomar conciencia de nuestras propias emociones o de las ajenas, así como también la capacidad para gestionarlas. Es importante que nuestros niños lo aprendan desde pequeños, pero los adultos, fuera y dentro de la familia, también tenemos que entender que expresar los sentimientos no es malo, sino que nos ayuda a ser más felices. Es importante aplicar la asertividad a la hora de exponer nuestras emociones al mundo, así como aprender a escuchar a los demás.

El fantasma del fracaso escolar, los trabajos que evidencian, en ocasiones, un nivel educativo mediocre en nuestro país y el eterno reto de los idiomas pueden hacernos olvidar que hay dimensiones de la personalidad de nuestros hijos, más abstractas e intangibles, pero que también son importantes para su desarrollo y que por tanto requieren una educación y un acompañamiento. Es por ello que la educación de sus emociones resultará vital para ayudarles a crecer en comprensión de lo que les rodea.

Los padres necesitamos ser conscientes de nuestros propios sentimientos para poder serlo también de las emociones de nuestros hijos. El respeto a las emociones de los niños significa permitirles sentir y mostrarse en desacuerdo con los adultos, considerarles como personas y no como objetos o personas de segundo nivel. Debemos darles la posibilidad de responder de manera diferente, siendo conscientes de sus recursos y de sus carencias.

Los niños aprenden a expresarse observando principalmente a sus padres, pero en su caso las emociones siguen un curso y un ritmo distinto al nuestro. Las suyas son intensas, frecuentes y sus cambios rápidos. Ellos viven constantemente en el presente, ya que les cuesta entender lo que significa el futuro. Esta es una de las razones por las cuáles cuando sienten tristeza o miedo lo hacen de una forma muy intensa. Debemos tener en cuenta es que, para expresar y superar determinados sentimientos y emociones, ellos necesitarán un proceso muy diferente al nuestro.

Es importante que siempre se sientan acogidos y escuchados, y que actuemos mostrando que todos los sentimientos son lícitos, la alegría y la tristeza, el amor, el miedo y también, en ocasiones, la rabia.

Es importante escucharlos y darles una explicación en un lenguaje que ellos entiendan. Esto resulta fácil con aquello que es más positivo como la alegría, pero no tanto cuando nos enfrentamos a la rabia o la tristeza prolongada. En estos casos es bueno ofrecer cariño, compañía y comprensión, pero también establecer unos límites claros. Por ejemplo: “Es normal que sientas rabia porque has perdido la partida, pero tu rabia no puede traducirse en una patada a tu hermano o a una puerta”. Explicando con calma, de una manera racional, lo que les sucede, los niños, poco a poco, irán comprendiendo sus propios sentimientos y aceptando los de los demás. Después de explicarle con paciencia, podremos intentar reconducir la situación con un rato de cosquillas cuando son pequeñitos o con ejercicio físico cuando son más mayores, por ejemplo.

Sin duda, la mejor “escuela” es que vean que nosotros nos expresamos con naturalidad y espontaneidad. No tenemos por qué ocultar que estamos tristes, preocupados o enfadados por algo. Podemos compartirlo con ellos mostrando serenidad y autocontrol. Nada mejor como un buen ejemplo del que guiarse.

Educar en emociones con cuentos, tanto para hijos como padres

“Educar en emociones es enseñar a gestionar nuestros miedos, a mostrarnos alternativas al enfado, a vivir de forma saludable una tristeza… aprender cómo podemos relacionarnos mejor con los demás y entender cómo se sienten…”.

Para esto son muy útiles los cuentos, porque los niños entienden la vida a través de ellos y aprenden mucho. Albert Einstein decía: “si quieres que tu hijo sea inteligente cuéntale cuentos. Si quieres que sea más inteligente, cuéntale más cuentos”.

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