La mejor manera de evitar males mayores, es la prevención.

Y nada mejor para prevenir enfermedades e infecciones que las vacunas.

De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, las vacunas evitan entre dos a tres millones de muertes al año al proveer protección contra enfermedades como la difteria, sarampión, neumonía, rotavirus, rubeola, tétanos y polio.

No obstante, cerca de 22 millones de niños en todo el mundo no están vacunados y los retos por una mayor cobertura persisten, con sus diferencias entre países en desarrollo y países desarrollados.

Sin embargo, tras el éxito de la implementación de vacunas para erradicar ciertas enfermedades, se ha despertado un sentimiento de incredulidad y recelo, haciendo que la sociedad olvide el inconmensurable beneficio de su existencia, cuestionándolas y cediendo a la tendencia de la creencia de que, las vacunas, son la causa de algunos males. En Europa, la tendencia a no vacunar a los menores ha provocado un aumento en el número de casos de enfermedades que ya habían sido erradicadas, como el sarampión.

Mientras que en Europa nos podemos permitir el costoso lujo de elegir si vacunar o no a nuestros hijos, otros países, sueñan con poder acceder a las vacunas, como es el caso de los países en vías de desarrollo.

¿Qué son las vacunas?

Una vacuna es cualquier preparación cuya función es la de generar del organismo inmunidad frente a una determinada enfermedad, estimulándolo para que produzca anticuerpos que luego actuarán protegiéndolo frente a futuras infecciones, ya que el sistema inmune podrá reconocer el agente infeccioso y lo destruirá. Se trata de un medicamento biológico constituido a partir de microorganismos (bacterias o virus), muertos o atenuados, o productos derivados de ellos.

Antes de nacer, los bebés adquieren a través de la placenta las defensas necesarias para protegerse frente a posibles infecciones durante las primeras semanas de vida. Sin embargo, pierden esa protección en poco tiempo, aunque éste varía en función del microorganismo del que se trate. Así, mientras que, en enfermedades infecciosas como la tos ferina, la inmunidad transmitida por la madre se mantiene apenas unas pocas semanas, en otros casos, como el del sarampión, puede prolongarse hasta seis meses o un año, según los niños.

Este hecho determina dos cosas muy importantes: la necesidad de vacunar al niño para protegerlo frente a las enfermedades conocidas y el momento en que debe ser vacunado para mantener su inmunidad frente a ellas.

¿Y cómo funcionan?

En realidad, lo que hacen las vacunas es engañar al organismo y concretamente al sistema inmunológico, haciéndole pensar que está siendo atacado por un agente infeccioso y obligándole a defenderse. El microorganismo inoculado con la vacuna está muerto o muy debilitado (atenuado), tal como antes se explicaba, por lo que no reviste ningún peligro para el niño.

No obstante, esto es suficiente para que su sistema inmune reaccione generando anticuerpos contra él y con ellos adquiriendo una memoria inmunitaria que le permitirá reconocer ese microorganismo concreto y eliminarlo.

En la actualidad existen vacunas combinadas, como la trivalente o la hexavalente, que permiten inmunizar simultáneamente frente a varias enfermedades importantes

Las vacunas se administran por vía intramuscular y, en algunos casos, por vía oral. Por lo general, son necesarias varias dosis espaciadas en el tiempo para lograr que la inmunidad se mantenga durante su vida. De ahí la importancia de atender a los calendarios vacunales que cada año revisan la Asociación Española de Pediatría (AEP) y las autoridades sanitarias nacionales y autonómicas.

La importancia de las vacunas

Desde el momento de su descubrimiento, las vacunas han sido sin duda alguna, junto a la potabilización del agua, la medida de prevención que más beneficios ha aportado a la humanidad.

Enfermedades que antes eran epidémicas y que originaban una gran mortalidad, ahora están erradicadas en todo el mundo, como la viruela, casi erradicadas, como el sarampión, o controladas, como la hepatitis B, la difteria, el tétanos, la tos ferina y la meningitis meningocócica.

Ningún otro medicamento ha salvado tantas vidas como las vacunas, por lo que no vacunarse o negar la vacunación a los hijos no sólo debe considerarse como un acto irresponsable de cara a su propia salud, sino frente al conjunto de la sociedad, ya que puede suponer el retorno de enfermedades ya olvidadas en muchos países.

Las vacunas constituyen una de las medidas sanitarias que mayor beneficio ha producido y sigue produciendo a la humanidad, previenen enfermedades que antes causaban grandes epidemias, muertes y secuelas. Las vacunas benefician tanto a las personas vacunadas como a las personas no vacunadas y susceptibles que viven en su entorno (inmunidad de grupo).

¿Tiene riesgos la vacunación?

Los riesgos de la vacunación siempre serán inferiores a sus beneficios y nunca será mejor padecer la enfermedad que recibir la vacuna, puesto que con la vacunación adquirimos protección ahorrándonos la enfermedad y sus consecuencias.

Las vacunas son medicamentos preventivos muy eficaces y seguros. Su seguridad es muy alta y son los productos farmacéuticos a los que se les exigen estándares de seguridad más altos. Todas las vacunas que se administran en la actualidad han demostrado claramente su eficacia y seguridad y no hay razón sensata para dudar de ello.

¿Qué reacciones puede producir una vacuna?

Como sucede con cualquier medicamento, las vacunas no están exentas de eventuales efectos adversos, aunque esta posibilidad es muy reducida. El beneficio es, en todos los casos, mucho mayor que el riesgo, de ahí que las vacunas incluidas en el calendario de vacunaciones lo están por recomendación de las autoridades sanitarias internacionales al haber demostrado su eficacia y los beneficios que aportan.

La mayoría de las reacciones que pueden producirse tras la administración de una vacuna son leves y pasajeras, y no representan un verdadero problema.

Las reacciones más frecuentes son:

  • Pérdida de apetito.
  • Enrojecimiento e hinchazón en el punto donde se inyectó.
  • Fiebre ligera.

Todas estas reacciones suelen desaparecer al cabo de dos o tres días. Si estos síntomas perduran tras la administración de una vacuna, lo más oportuno sería ponerse en contacto con el pediatra o profesional sanitario más próximo.

Es importante recordar que la notificación inicial de un problema no significa que la vacuna sea la causa o haya aumentado el riesgo de que ocurriera, sólo que el caso se presentó después de la vacunación y no necesariamente derivada de ella.

Así pues, es verdaderamente importante conservar rigurosamente un calendario de vacunación estricto que ofrezca al peque la posibilidad de estar inmunizado ante cualquier enfermedad que pudiera afectar a su salud en general, y a su salud auditiva pues existen enfermedades como la rubéola, el sarampión y la meningitis que pueden ocasionar sordera.

Vacunar es proteger y, como padres, esa es nuestra labor más importante.

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