Protección y sobreprotección no son lo mismo. Proteger nuestros hijos es un aspecto vital. La necesidad de cuidar de los más pequeños es un instinto, es conferir ese afecto enriquecedor y esas conductas con las que facilitar su desarrollo y salvaguardar su seguridad física y emocional. La sobreprotección, en cambio, tiene un claro efecto limitante y anula al niño, propiciando la completa dependencia.

La sobreprotección e hiperpaternidad son estilos educativos basados en una atención excesiva hacia los más pequeños, buscando siempre solucionar sus problemas incluso antes de que pidan por sí solos ayuda. Este hecho solo traerá consecuencias negativas en el presente y futuro de los niños, haciéndolos dependientes e inseguros, futuros adultos a los que les costará levantarse tras caer.

¿Qué peligros conlleva la sobreprotección?

Dificultad para desarrollar sus habilidades

Con la sobreprotección estamos impidiendo el desarrollo de habilidades tan importantes como la solución de problemas, la generación de alternativas, la empatía y la autonomía, entre otros.

La primera fuente de aprendizaje significativo se da mediante la experiencia directa, y para que se dé, deben darse experiencias directas.

El niño que no se cae en el parque no entiende que debe ir con cuidado si no se quiere lastimar, y así con cada cosa.

Las habilidades se mejoran con la práctica. Si no hay práctica, no mejoran. Si no mejoran, estamos mermando la capacidad de desarrollo personal.

Inseguridad

Repitiendo este comportamiento, con el tiempo, estaremos creando personas inseguras. Si no le hemos dado las herramientas para solucionar sus propios problemas sin la ayuda de los demás, se verá incapaz de enfrentarse a ello por sí solo.

Dependencia

Ante lo anterior, desarrollará una personalidad dependiente que le imposibilitará dar un paso sin la ayuda de los demás; la exigirá y se creerá cubierto por ella. La sobreprotección imposibilita la autonomía personal. A la larga, además, su autoestima y su autoconcepto también pueden verse mermados o perjudicados.

Imposibilidad de aprender de sus errores

Si evitamos que el niño se haga responsable de sus decisiones y elecciones, estaremos impidiendo que sea consciente de sus puntos fuertes y sus puntos débiles con lo que no podrá aprender correctamente de sus errores porque no los concebirá como suyos.

Baja tolerancia a la frustración

Dado que los padres siempre se han asegurado de que no sufran por nada ni se frustren cuando no consiguen lo que quieren, no han aprendido a tolerar la frustración. Tarde o temprano, la vida y la sociedad les hará abrir los ojos, y será entonces cuando surjan los auténticos problemas. Lo más probable es que reaccionen a las frustraciones con ira, exigencias e incluso agresividad lo que les puede llevar a tener dificultades en las relaciones sociales y en la vida en general.

Es posible que, bajo una familia sobreprotectora, el niño sienta que lo tiene todo y que los padres son una especie de sirvientes que están sólo para cumplir con sus deseos.

Esta privación de feedback personal mermará su capacidad de autocrítica, por lo que no sabrá aceptar sus errores ni aprender de ellos.

Insatisfacción

Todo ello, con los años, genera insatisfacción generalizada. A la larga, esta insatisfacción puede afectar a todos los ámbitos de la vida, sobre todo al personal. Un inconformismo dañino que, lejos de mantenerle activo e intentando avanzar, obstaculiza su afán de superación y de búsqueda de la felicidad.

Claves para fomentar la autonomía de nuestros hijos

Ya conocemos el daño que produce la sobreprotección en el crecimiento de nuestros hijos. Es por ello que debemos tener muy en cuenta las claves para evitar caer en este comportamiento:

  1. Sustituir el miedo por la confianza
    El primer cambio que podríamos hacer para dejar de sobreproteger a nuestros hijos es un cambio de mentalidad. Creámoslo de una vez: nuestros hijos son muy capaces de afrontar retos, han nacido, de hecho, para eso y quieren hacerlo. Nuestros hijos pueden pensar por sí mismos, con nuestra atenta escucha, cómo solucionar un problema con un amiguito del cole, son capaces de aprender a vestirse, si les damos tiempo, a muy temprana edad y pueden responsabilizarse de sus trabajos escolares sin nuestra supervisión constante. Claro, cometerán errores, pero cuando nuestros hijos prueban y fallan, aprenden. Y cuando prueban y aciertan ello beneficia su autoestima.
  2. No hacer por ellos lo que ellos pueden hacer
    Animarles a hacer esas tareas por sí mismos, con nuestra supervisión si lo consideramos necesario, aunque lo peor que puede pasar es que, si se han olvidado algo, se acordarán mejor la próxima vez. Más aún: ¿Tu hijo puede llevar su mochila a la salida del cole? Seguramente sí, ¿verdad? Entonces ¿por qué vemos tantas madres y padres «sherpa» a las salidas de los colegios? Debemos darle la oportunidad de que hagan las cosas por ellos mismos.
  3. Pensar juntos soluciones
    Muchas veces pensamos que, como madres y padres, nuestro trabajo es rescatar a nuestros hijos de los problemas lo antes posible, y darles las soluciones rápido. Pero así no les enseñamos a pensar en soluciones. Así que, ante un problema o un conflicto, incluso una pelea entre hermanos, antes de rescatar e imponer sentencia desde fuera a lo mejor es preferible preguntarles ¿Cómo se te ocurre que podemos solucionar esto? Seguramente así aprenderán más y se sentirán más capaces y protagonistas.
  4. Aprender de las consecuencias
    Las consecuencias de sus propios actos son mucho mejores maestras que nuestros sermones y nuestros reproches. Y, además, contribuyen a un ambiente familiar más relajado. Si nuestros hijos no quieren hacer los deberes, tal vez es mejor dejar que vivan las consecuencias de este acto que haya establecido la profesora que andar detrás de ellos diciendo miles de veces que se pongan a hacerlos. Si nuestro hijo decide dejar abandonado en cualquier lugar del parque un balón con el que ha estado jugando, una consecuencia muy probable, a no ser que queramos rescatarlo, es que lo pierda. Y de esas consecuencias nuestros hijos aprenden, si nosotros se lo permitimos. A veces puede costarnos dejar que sufran las consecuencias, pero muchas veces es la única manera de que aprendan algo de manera rotunda.

Con la sobreprotección, al niño convertido en adulto se le hará verdaderamente difícil mantener una vida ordenada y positiva. En ellos, podrán ser frecuentes los problemas laborales, las relaciones tóxicas, y la imposibilidad de crear vínculos positivos basados en el respeto hacia la otra persona y hacia sí mismo. Podrán ser, en definitiva, adultos frágiles.

El proceso de crianza infantil debe contener también unas dosis de responsabilidad muy necesaria hoy en día. Si bien puede parecer razonable querer educar a nuestros hijos sin ningún tipo de preocupaciones para poder garantizar su felicidad, con el paso de los años esta sobreprotección puede crear adultos no preparados para las situaciones que genera la vida.

Démosles esa libertad que necesitan para aprender y desarrollarse de manera óptima para los retos que supone vivir en esta sociedad.

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